La dignidad no se negocia

Cómo es que el sindicalismo educativo en México se sostiene con valores como solidaridad, justicia y empatía, frente a un sistema que intenta desacreditarlo. Una defensa ética de la organización colectiva como motor de dignidad y transformación.

masclaro.mx
today 18/08/2025

Por Carlos Jonguitud Carrillo



Por mucho tiempo, a los trabajadores para la educación se nos señala por los problemas del sistema, se minimiza nuestra labor y, muchas veces, se intenta desprestigiar la organización colectiva que sostiene nuestros derechos. Sin embargo, en medio de ese contexto hostil, la vida sindical se mantiene firme, como un faro encendido en medio de la tormenta.


Quienes abrazamos la vida sindical no lo hacemos solamente por convicción, sino porque creemos que hay ética que guía en cada paso de nuestra lucha. No basta con marchar o protestar, puesto que la acción sindical debe tener sentido, el cual se construye desde los valores que sostenemos y practicamos.


La solidaridad es, sin duda, el corazón del sindicalismo. No luchamos solo por lo nuestro: luchamos por lo de todas y todos. Cuando apoyamos a un compañero, estamos defendiendo el derecho colectivo a no ser indiferentes. La solidaridad rompe el individualismo que el sistema impone y nos recuerda que solo unidos podemos avanzar.


Junto a ella, la justicia le sigue: ella debe ser más que una consigna. Ser justos es actuar con equidad y también mirar hacia adentro de nuestras propias estructuras sindicales. Un sindicato que no es justo en su interior, pierde autoridad para reclamar justicia hacia fuera. El ejercicio de la autocrítica puede doler, pero es necesario para crecer.


También está la responsabilidad: afiliarse no es suficiente, puesto que hay que comprometerse. Hay que participar, informarse, asistir, respetar acuerdos... El sindicalismo no se construye con espectadores, sino con personas activas que se toman en serio el poder de la colectividad.


El respeto es lo que nos permite convivir en la diversidad, ya que sabemos que no todos pensamos igual, y eso está bien. Escuchar, debatir sin descalificar, proponer sin imponer es la base de una democracia interna sólida, tan necesaria en tiempos de polarización.


La honestidad es clave. Sin transparencia, sin ética en la gestión y en la representación, no hay confianza. Y sin confianza, ninguna organización puede sostenerse. Frente a un mundo que desconfía, el STE se diferencia por su integridad.


Y, finalmente, está la empatía. Ponerse en el lugar del otro no es solo una postura, es una forma de construir comunidad. Es mirar a quien piensa distinto, a quien sufre, a quien recién empieza… y tenderle la mano. Un sindicalismo empático es más humano y, por eso mismo, más fuerte.


El sindicalismo no es fácil. Es exigente, a veces parece hasta ingrato. Pero también es una escuela de ciudadanía, es un espacio de transformación personal y colectiva. Nos enseña a vivir lo que decimos y a luchar por algo más que un salario. Porque, al final del día, lo que realmente defendemos es la dignidad. Y esa no se negocia. Se conquista, se protege y se vive, todos los días.