Por una justicia humanista y que mire de frente

Después de 26 años de trabajar en el sistema de justicia, puedo decirlo con certeza: no basta con aplicar la ley, hay que entender a las personas. He ocupado cargos en la procuración de justicia a nivel local y federal; he estado al frente de casos de violencia de género, trata de personas, ciberdelitos y protección de niñas, niños y adolescentes. He escuchado a víctimas y también he enfrentado la dura realidad de quienes han cometido delitos. Y en todos esos espacios he visto lo mismo: cuando la justicia se enfoca solo en castigar, pierde su capacidad transformadora.

masclaro.mx
today 22/05/2025

Por Nelly Montealegre Díaz

 

Después de 26 años de trabajar en el sistema de justicia, puedo decirlo con certeza: no basta con aplicar la ley, hay que entender a las personas. He ocupado cargos en la procuración de justicia a nivel local y federal; he estado al frente de casos de violencia de género, trata de personas, ciberdelitos y protección de niñas, niños y adolescentes. He escuchado a víctimas y también he enfrentado la dura realidad de quienes han cometido delitos. Y en todos esos espacios he visto lo mismo: cuando la justicia se enfoca solo en castigar, pierde su capacidad transformadora.

Por eso defiendo una justicia penal que no se esconda tras tecnicismos ni se conforme con operar en automático. Necesitamos una justicia que se atreva a mirar la realidad social de frente, que reconozca el dolor, las desigualdades, las omisiones. Una justicia que no solo sancione, sino que repare.

Hoy, con la reforma judicial en el horizonte, tenemos la responsabilidad de replantear lo que entendemos por justicia. El país necesita un sistema más transparente, más eficaz y humano. Para eso, necesitamos dejar atrás una lógica punitiva que, aunque necesaria en ciertos casos, no puede ser la única respuesta. Apostar por una justicia humanística y empírica no es suavizar la ley, es hacerla más inteligente, más útil y justa.

Justicia con humanismo, porque en el centro deben estar las personas. No los expedientes, no las cifras. Empírica, porque ya no podemos actuar a ciegas. Las decisiones judiciales deben basarse en evidencia, que cumpla el más alto estándar probatorio. Las víctimas, que merecen ser escuchadas y reparadas. Los acusados, que deben asumir su responsabilidad, pero también tener una oportunidad real de reintegrarse.

La justicia restaurativa no es solo una buena intención: es una herramienta concreta que he visto funcionar. Permite el encuentro, el reconocimiento del daño, la posibilidad de reparación. Requiere voluntad, diálogo y valentía institucional. No estamos hablando de impunidad, sino de transformación. Porque la ley puede castigar, pero sola no sana. Y una sociedad que no busca sanar sus heridas, las repite.

La justicia restaurativa es incómoda porque nos obliga a ver más allá del blanco y negro. Nos exige empatía, escucha y diálogo en un terreno donde solemos preferir la distancia. Pero es justamente ahí donde puede empezar algo distinto: un camino donde la justicia no solo se impone, sino que también repara y reconstruye.

Yo aspiro a una magistratura no para administrar lo que ya conozco, sino para transformar desde dentro. Creo en una justicia con firmeza, pero también con humanidad. Una justicia que escuche, que evolucione, que sepa que sin comprensión no hay justicia posible.

La ley puede castigar, pero sola no sana. Y una sociedad que no busca sanar sus heridas, las repite. La justicia restaurativa también busca combatir la impunidad, pero nos obliga a ver más allá del blanco y negro.

Nos exige empatía, escucha y diálogo en un terreno donde se ha puesto distancia. Pero es justamente ahí donde puede empezar algo distinto: un camino donde la justicia no solo se imponga, sino que también se repare y se reconstruya.